Su abuelo les dejó un viejo garaje de herencia y lo que había dentro es como para morirse.
Un hombre que vivía solitario en la fría ciudad de Newcastle en Inglaterra, era conocido como “El viejo Harold”. Su esposa había fallecido hacía ya 20 años, así que él sólo se dedicaba al trabajo sin descanso. Sus hijos vivían lejos junto a sus familias y problemas propios, por lo que tenían poco tiempo para compartir con papá, así que a Harold Carr sólo le quedaba disfrutar de la soledad, la casa siempre estaba en silencio, únicamente en fechas navideñas escuchaba los dulces sonidos de las voces de sus pequeños nietos que correteaban por todos lados, hasta aquella tarde en que su hija Juliette, recibió una inesperada llamada…
“Señora se trata de su padre, acaba de morir” Fueron las palabras de la enfermera. Había llegado el momento que tanto habían temido, uno cargado de papeleo y múltiples preparativos para el funeral, toda la familia estaba ahogada en la tristeza, a pesar de que en sus últimos años no habían convivido con demasiada frecuencia, pero el amor que sentían por él era más que obvio, sus hijos y nietos siempre se comunicaban con él, pero a partir de ahora, cada vez que la pequeña Susan, su nieta de 5 años, marcaba a la casa del abuelo, sólo podía escuchar el tono del teléfono, ya que nadie contestaría al otro lado de la línea.
Decir adiós no fue fácil…
Mirarlo mientras dormía el sueño eterno en el ataúd, desgarraba el corazón de su familia, sus nietos estaban aferrados a la caja, pero la llegada de ese momento era inevitable, la hora del entierro llegó, mientras se escuchaban las notas musicales de esas piezas clásicas que tanto disfrutaba Harold.

Los recuerdos llegaban a la mente de cada miembro de la familia.
Sus hijos recordaban a aquel padre amoroso y juguetón que siempre fue, sus nietos plasmarían por siempre aquellas veces en que el dulce abuelo los salvó de un buen regaño y su hija la forma en la que la sentaba en sus piernas mientras le leía un cuento, lo realmente importante y especial había quedado grabado en sus corazones.

A la mañana siguiente sus hijos recibieron una llamada del abogado…

Debían asistir a su despacho, para recibir algo que les había dejado su padre.

Pero ¿De qué se trataba?

Aunque su única propiedad era una casa vieja, dejó escrita su última voluntad:
“Quiero que todo lo de mi garaje, sea dividido en partes iguales para mis hijos y nietos”.

El abuelo sí que tenía sentido del humor, tanto rollo para abrir un viejo y abandonado garaje…

Pero no se esperaban que allí se encontrara guardado un gran tesoro.

El hombre desde muy joven había sido fanático de los autos.

Su hija comento:
“Durante su juventud pasaba mucho tiempo entre carros y chatarra, era el problema de mi madre”.

Cuando llegaron a limpiar el garaje todos quedaron sin palabras…

En aquel lugar estaba un Bugatti, uno de los autos más buscados por lo aficionados.

Se trataba de un Bugatti Tipo 57S Atlante.

¡Una pieza valorada entre 5 y 7 millones de dólares!

Sólo existían 43 coches de este modelo.

El último ejemplar había sido fabricado en 1937.

Y el primer hombre en conducirlo fue Francis Curzon.
Quien fue un competidor de carreras por más de 30 años, sin embargo, nunca compitió con un Bugatti, pues su kilometraje es muy bajo.

El coche fue vendido varias veces, hasta que llegó a manos de Harold en 1955.

Pero 5 años después la licencia caducó.
Esa es la razón por la que lo mantuvo guardado en el garaje hasta el 2009 cuando sus herederos lo encontraron.

Pero había algo más…
Había también un Aston Martin con decenas de cartas, en las que le ofrecían enormes cifras por los dos autos.

Al poco tiempo ambos autos fueron vendidos en una subasta por casi ¡100 millones de dólares!
Cantidad que repartieron en partes iguales entre todos los integrantes de la familia, tal como lo pidió Harold.

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